La profesión médica enfrenta hoy una evidente crisis de confiabilidad. Ella está íntimamente ligada al grave dilema ético que plantea su relación con la industria farmacéutica y de dispositivos médicos. Un dilema que, a juzgar por la evidencia y por las opiniones recurrentemente expresadas por los miembros de la comunidad en las diversas redes sociales, no hemos sabido (como gremio) resolver satisfactoriamente.
Una y otra vez las soluciones propuestas por las instituciones gremiales y asociaciones de especialistas han apuntado en la misma dirección: la búsqueda (o presunción) de un hipotético punto de equilibrio donde nuestra profesión pueda seguir siendo “subsidiada” por dineros y obsequios farmacéuticos y –al mismo tiempo– los médicos conserven la debida independencia e imparcialidad en su juicio clínico.
Una de las premisas que subyacen a esta obstinada búsqueda de la cuadratura del círculo es la extendida creencia de que sin los auspicios de la industria no podríamos hacer congresos, financiar nuestras publicaciones, mantenernos al día, etcétera, etcétera, etcétera. Por décadas hemos tenido esta idea por cierta (o incluso por obvia), sin jamás haberla sometido seriamente a prueba ni habernos detenido a evaluar de manera realista y honesta las posibles alternativas.
Este tipo de suposiciones/racionalizaciones y la sistemática negación de sus implicancias sugieren que nos encontramos aquí frente a un caso de «pensamiento grupal» (también conocido como groupthink). Irving Janis, psicólogo que investigó a fondo el fenómeno, lo definió como «un modo de pensar que adoptan las personas profundamente involucradas en un grupo cohesivo, cuando los esfuerzos por lograr o mantener la unanimidad anulan la motivación para evaluar de manera realista los cursos de acción alternativos.»
Janis describió ocho síntomas indicativos de «pensamiento grupal», clasificados en tres tipos. Los enumeramos a continuación, y que juzgue el lector si se aplican al caso.
Tipo I: Sobrestimación del grupo. Incluye: 1) Ilusión de invulnerabilidad, que conduce a un optimismo excesivo y a la toma de riesgos en forma imprudente; y 2) Creencia incuestionable en la moralidad del grupo, que lleva a que sus miembros ignoren las consecuencias de sus actos.
Tipo II: “Cerrazón mental” (closed-mindedness), que incluye: 1) La tendencia a descartar con racionalizaciones las advertencias que puedan desafiar las suposiciones del grupo; y 2) La tendencia a reducir a un estereotipo a aquellos que se oponen a la opinión del grupo (“ignorantes”, “fanáticos”, “malos”, etc.)
Tipo III: Presión a la uniformidad. Incluye: 1) Auto-censura de aquellos que tienen ideas u opiniones que se apartan del consenso aparente; 2) Ilusión de unanimidad, pues se presume que quien calla otorga; 3) Presión directa sobre los posibles disidentes a mantener la conformidad y “lealtad” al grupo; y 4) Presencia de “guardianes” del pensamiento dominante (mind guards).
Puesta ante la grave encrucijada que se le presenta, la profesión médica requiere urgentemente de nuevas ideas y formas de pensar, capaces de desarticular los automatismos del pensamiento grupal. Necesita evaluar con realismo y honestidad tanto las decisiones tomadas hasta ahora (y sus resultados) como otras posibles que constituyan verdaderas alternativas a las mismas, y no meras variaciones de un mismo tema.
Por Ángel Vargas.
Cuidado con Janis, no nos olvidemos que MSM también es un grupo.
por Médicos Sin Marca.
Así es, Ángel. Por eso intentamos mantenernos atentos y abiertos al diálogo, para que la convicción y el compromiso que inspiran esta iniciativa nunca degeneren en una incapacidad para «volver a pensar».